LA COMPASIÒN SIN LÌMITE

Por: Dwight Lyman Moody

«Y al salir Él vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos y sanó a los que de ellos estaban enfermos.» (Mateo 14:4).

 

Se nos dice con frecuencia en las Escrituras que Jesús se compadeció de alguno o que fue movido a compasión; en este versículo vemos que después que los discípulos de Juan el Bautista le dijeron que su maestro había sido decapitado Jesús se fue a un lugar desierto y que la multitud le siguió y que Él, al ver la multitud, «tuvo compasión de ellos» y sanó a sus enfermos. Si Jesús estuviera esta noche aquí, de pie, en mi lugar, su corazón también se compadecería al mirar porque Él, al observar vuestro rostro podría ver las cargas, tribulaciones y aflicciones que tenéis que llevar. Están escondidas a mis ojos, pero Él las conoce y por ello, cuando las multitudes se aglomeraban a su alrededor, Él sabía cuántos había allí con el corazón dolorido y el cuerpo quebrantado. Pero Él está aquí esta noche, aunque no le podemos ver con los ojos del cuerpo y no hay pena ni tribulación que alguien esté sufriendo que e1 no conozca, y Él es el mismo esta noche que cuando estaba sobre la tierra; el mismo Jesús, el mismo Jesús compasivo. Cuando vio la multitud tuvo compasión de ellos y sanó a sus enfermos, y espero que Él va a sanar a muchas almas enfermas aquí y va a restañar muchas heridas y vendar muchos corazones. Y dejadme decir al empezar el sermón que no hay corazón magullado del que el Hijo de Dios se compadezca y sane si se le da oportunidad. «No quebrará la caña cascada ni apagará el pabilo que humea.» Él vino al mundo para traer misericordia, gozo, compasión y amor. Si yo fuera un artista me gustaría bosquejar algunas escenas bíblicas esta noche y poner delante de vosotros esta gran multitud de la cual Él tuvo compasión. Y luego dibujaría otro apunte del leproso que se le acerca, lleno de manchas y costras, de pies a cabeza. Aquí hay un hombre a quien han echado de su casa, que ha sido abandonado por sus amigos, que va a Jesús con su historia desgraciada y triste. Y ahora, amigos, permitidme que Hagamos vívidas las historias de la Biblia, porque son todas reales. Pensemos en el leproso. Pensemos en lo mucho que ha sufrido. No sé cuántos años hace que está alejado de su esposa, hijos y hogar, pero sí sé que vive solo. Lleva puesto un vestido especial, como un sambenito, para que todo el que se le acerca se dé cuenta de que es inmundo. Y cuando él veía a alguno tenía que advertirle, gritando: «¡Inmundo! ¡Inmundo! ¡Inmundo!» Sí, y si su propia esposa hubiera ido a decirle que uno de los hijos estaba muriéndose el leproso no se habría atrevido a acercarse a ella; tenía la obligación de apartarse. Tenía que escuchar a los demás desde cierta distancia y no podía estar presente en los últimos momentos de su hijo. Era, por así decirlo, un hediondo cadáver vivo; algo peor que la muerte. Y aquí tenemos a este hombre, un desecho, un paria, hacia el cual no se extendía una mano amiga. ¡Oh, qué vida tan terrible Pensemos luego en que se está acercando a Cristo y que cuando Cristo le ve se nos dice: tuvo compasión de él. El corazón de Jesús latía al unísono con el del pobre leproso: tuvo compasión de él y el leproso se acercó a Jesús y dijo: «Señor, si quieres puedes limpiarme.» Sabía que nadie podía hacer una cosa semejante excepto el mismo Hijo de Dios y el gran corazón de Cristo fue movido a compasión por el leproso. Oigamos las palabras de gracia que salen de los labios de Jesús: « ¡Quiero; sé limpio!», y el leproso se mira y se ve limpio en aquel mismo instante. Veámosle ahora camino de su casa y de sus hijos y amigos. Ya no es un paria, algo asqueroso, afectado por la terrible enfermedad de la le ra, sino que vuelve a los suyos con regocijo. Ahora bien, amigos, podéis decir que os produce lástima un hombre cuyas condiciones son tan tristes, pero ¿se os ha ocurrido alguna vez que vosotros estáis en condiciones mil veces peores? La lepra del alma es mucho peor que la lepra del cuerpo. Y preferiría mil veces tener el cuerpo lleno de lepra que ir al infierno con el alma llena de pecado. Sería mucho mejor que me cortaran una mano o que se me secara un pie y que me quedara ciego todos los días de mi vida a ser expulsado de la presencia de Dios a causa de la lepra del pecado. Escucha los gemidos y la agonía que llena este mundo a causa del pecado. Si eres un alma enferma del pecado, llena de lepra, tu que estás aquí esta noche, si vienes a Cristo, Él tendrá compasión de ti y te dirá como dijo a este leproso: «Quiero, sé limpio.»

 

El muerto resucitado
Vayamos ahora al siguiente cuadro que representa a Jesús movido a compasión. Ved esta casita. En ella vive una pobre viuda. Quizás hace unos meses que enterraron a su marido y ahora sólo tiene un hijo. ¡Cómo le idolatra! Confía en que va a ser el apoyo y sostén de su edad avanzada. Le ama más que su propia sangre y vida. Pero mirad, la enfermedad entra en la casa y la muerte viene y pone su mano helada sobre el muchacho. Podéis ver a la madre, viuda, velándole día y noche, pero al fin los ojos del enfermo se cierran y su dulce voz es apagada para siempre. Por lo menos así lo piensa ella. No va a oírle más una vez lo hayan enterrado. Ha llegado la hora del entierro. Muchos habéis estado en una casa que en que hay luto y habéis acompañado, con los amigos, el cadáver a la tumba, y dais una mirada a la persona amada por última vez. No hay ninguno aquí que no haya perdido algún deudo suyo. Nunca he ido a un entierro y visto a una madre dando el último adiós a un hijo muerto sin que haya sentido un dardo que me penetraba el corazón o haya podido retener las lágrimas ante una vista semejante. Bien, la madre da el último beso a la frente fría; el último beso y la última mirada, y el cuerpo, tapado, en el ataúd, va a ser puesto en su lugar definitivo. La madre tiene muchos amigos. La ciudad de Naín asistía en masa a este entierro. Veo la multitud que se empuja hacia las puertas de la ciudad, y más lejos, acercándose por el camino polvoriento veo a trece hombres, cansados, que se hacen a un lado para dejar paso a la comitiva. El grupo lo forman el Hijo de Dios y sus discípulos íntimos. Jesús mira la escena, ve la madre sollozando, abrumada, con el corazón hecho trizas, y Él mismo siente que se le conmueve el corazón. Sí, el gran corazón del Hijo de Dios tiene compasión y se acerca al féretro, lo toca y dice: «Joven a ti te digo, levántate» y el muchacho se incorpora y empieza a hablar. Puedo ver a la multitud atónita; puedo ver a la viuda, madre del chico, que regresa a su casa con los rayos matutinos de la resurrección brillando en su corazón. Sí, Jesús había tenido compasión de ella. Y no hay viuda en esta sala a cuya voz Cristo no responda dándole paz en sus tormentas. Oh, queridos amigos, permitidme que diga que si vuestro corazón está dolorido necesitáis a un amigo como Jesús. Él es el amigo que necesita la viuda; Él es el amigo que todo corazón que sangra necesita; Él tendrá compasión de ti y vendará tus heridas si quieres acudir a Él tal como te encuentras. Él te recibirá sin reprenderte ni disciplinarse en su amoroso seno y te dirá: «Paz a ti», y andarás a la luz del sol de su amor a partir de este momento. Cristo vale más que todo el mundo junto. Él es el amigo que necesitas y ruego a Dios que cada uno de vosotros pueda conocerle en este momento como Salvador y amigo.

 

El hombre a quien robaron y maltrataron
El cuadro siguiente que voy a bosquejar para ilustrar la compasión de Cristo es el del hombre que desciende a Jericó y cae en manos de ladrones. Le han quitado el manto y el dinero que llevaba; le han apaleado y le han dejado medio muerto. Miradle, herido, sangrante, sin conocimiento. Y ved ahora por el camino un sacerdote que pasa y da una mirada a la escena. No siente compasión ni deseo alguno de ayudar al pobre hombre. Pasa de largo por el otro lado del camino sin acercarse demasiado. Después de este sacerdote viene un levita, el cual dice: «Pobre hombre.» No, tampoco hace nada por él. ¡Ay, son muchos los que obran como el sacerdote y el levita! Quizás algunos, al venir a esta sala, habéis visto algún borracho tambaleándose por la calle y habéis dicho simplemente: «Pobre desgraciado», sino es que os habéis reído de alguna necedad que ha dicho o hecho el desgraciado. Nosotros somos muy diferentes del Hijo de Dios. Al fin pasa un samaritano y da una mirada al herido y siente compasión de él. Se apea del asno y tomando aceite lo vierte sobre las heridas, se las venda y lo saca de la cuneta, lo coloca sobre su bestia y se lo lleva al mesón, donde dispone lo que hay que hacer para su cuidado. Este buen samaritano representa a vuestro Cristo y al mío. Vino al mundo para buscar y salvar lo que se había perdido Joven, tú has venido a Londres y has acabado juntándote con malas compañías. Has ido con ellos a lugares de vicio y tabernas y te han dejado mal herido y sangrando. ¡Oh, ven esta noche al Hijo de Dios y Él va a tener compasión de ti y te sacará de esta inmundicia y te transformará elevándote a su reino y llevándote a las alturas de su gloria si se lo permites. No importa quién seas; no importa cuál haya sido tu vida pasada. Como dijo Jesús a la pobre mujer adúltera: «Ni yo te condeno; vete y no peques más.» Jesús tuvo compasión de ella y tiene compasión de ti. Este hombre que desciende de Jerusalén a Jericó representa a millares aquí en Londres y este buen samaritano representa al Hijo de Dios. Joven, Jesucristo ha puesto su corazón para salvarte. ¿Quieres recibir su amor y compasión? No albergues pensamientos duros acerca del Hijo de Dios. No creas que te condena. Ha venido para salvarte.

 

El Hijo pródigo
Pero me gustaría pintar otro cuadro, otra escena, la del joven que se marchó de su casa, que encontramos en el capítulo quince de Lucas; un hijo ingrato que pidió a su padre la parte de la herencia que le correspondía ya antes de tener derecho a ella; la quería al instante. Le dijo a su padre: «Dame la parte de la hacienda que me corresponde», y su buen padre le dio su parte y él se marchó. Ahora le vemos que emprende su camino, lleno de orgullo, arrogante, y empieza a vivir con todo despilfarro en un país extranjero, pongamos Londres. ¿Cuántos habéis venido a Londres, que es para vosotros un país extranjero, para malgastar el dinero? Sí, y este joven fue popular en tanto que tuvo dinero. Sus amigos duraron lo mismo que el dinero. En tanto lo tiene paga la cuenta en la taberna y todos sus compinches le dan el parabien y palmaditas a la espalda. ¡Qué locura! Pero ido el dinero se terminaron los amigos. ¡Oh, los que servís al diablo tenéis a un amo muy duro! Bien, cuando el dinero del hijo pródigo hubo desaparecido sus amigos se rieron de él y le llamaron necio, lo cual era una gran verdad. ¡Qué ciego y equivocado estaba este joven! Mirad lo que se perdió. Perdió el hogar de su padre, mesa y comida, la reputación, el confort y su trabajo, aunque más adelante consiguió otro en aquel país apacentando cerdos. Éste era un negocio ¡legítimo para él, no le correspondía hacerlo. Y esto es lo que hace el que se vuelve atrás está a sueldo del diablo. Ha perdido el tiempo y su reputación. Nadie tiene confianza en uno que se vuelve atrás, porque incluso el mundo desprecia a los tales. Este hombre no tiene ya reputación. Miradle entre los cerdos. Un día pasa uno en aquel país extraño y viéndole dice: «¿Qué hace este desgraciado, sin calzado, medio desnudo, vigilando cerdos?» «Ah», dice el pródigo, «no hables de mí de esta manera. Mi padre es rico y sus criados van me . or vestidos que tú» - « ¡Qué va! », dice el otro. «Si tuvieras un padre tal como describes estoy seguro que no te reconocería.» Y nadie quería creerle.

 

Ha perdido su testimonio
Nadie da crédito ni cree a uno que se hace atrás. Si habla del goce que ha tenido con el Señor nadie le cree. ¡Oh, desgraciado, me das lástima! Sería mejor que regresaras al hogar. Por lo menos el pobre hijo pródigo volvió en sí y dijo: «Me levantaré e iré a mi padre»,y lo hace y se pone en marcha. Miradle por el camino, pálido, hambriento, con la cabeza gacha, sin fuerzas y quizás enfermo. Nadie puede reconocerle como no sea su padre. Pero el amor tiene una vista como un lince para distinguir su objetivo. El anciano ha estado esperándole. Podemos verle muchas noches en el terrado mirando en lontananza por si le ve de lejos. Muchas noches ha estado orando a Dios, pidiendo que su hijo pródigo regrese. Todos los que le han hablado de él en aquel país extranjero le han dicho que el chico avanza rápidamente hacia su ruina total. El anciano pasa mucho tiempo orando por él y al fin su fe empieza a vigorizarse y dice: «Creo que Dios va a enviarme a mi hijo y un día ve, desde lejos, al hijo perdido, pero ahora hallado. No le reconoce por el vestido, pero sí por el paso y el porte y se dice: « Sí, éste es mi hijo.» Ved cómo el padre baja rápido las escaleras, cómo se precipita hacia el camino, cómo corre. ¡Ah!, es, podríamos decir, lo mismo que hace Dios. Muchas veces el Dios de la Biblia es representado apresurándose, corriendo; tiene gran prisa para recibir al que se ha hecho atrás. Sí, el anciano está corriendo, ve de lejos a su hijo y tiene compasión de él. El muchacho quiere contarle la historia de lo que ha hecho y dónde ha estado y el padre quiere oírle; su corazón está lleno de compasión y lo abraza en su seno. El muchacho quiere entrar y quedarse en la cocina con los sirvientes, pero el padre no le deja. ¡No!, manda a los criados que le pongan zapatos en los pies y anillo en el dedo y que maten el becerro grueso y hagan todos una fiesta. El hijo pródigo ha vuelto al hogar, el que se había hecho atrás ha regresado. ¡Oh, tú que te has vuelto atrás vuele al hogar y habrá gozo en tu corazón y en el corazón de Dios! ¡Que Dios haga que regresen al hogar todos los que se han hecho atrás presentes aquí esta noche y que lo hagan hoy mismo. Di como dijo el pródigo: «Me levantaré e iré a mi padre» y yo, bajo la autoridad de Dios, te digo que Él te recibirá, borrará todos tus pecados y te restaurará a su amor y volverás a andar a la luz de su rostro después de la reconciliación.

 

Cristo llora sobre Jerusalén
«Y al salir Él vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos y sanó a los que de ellos estaban enfennos.» (Mateo 14:4). Se nos dice con frecuencia en las Escrituras que Jesús se compadeció de alguno o que fue movido a compasión; en este versículo vemos que después que los discípulos de Juan el Bautista le dijeron que su maestro había sido decapitado Jesús se fue a un lugar desierto y que la multitud le siguió y que Él, al ver la multitud, «tuvo compasión de ellos» y sanó a sus enfermos. Pero miremos otra vez. Jesús va al monte de los Olivos. Ya está casi bajo la sombra de la cruz. De repente la ciudad se presenta ante su vista. Allá a lo lejos se ve el templo; lo ve en toda su gloria y esplendor. El pueblo está gritando: «¡Hosanna al Hijo de David!» Arrancan hojas de palmera y quitándose los vestidos los extienden sobre el camino delante de Él y gritan aún más: «Hosanna al Hijo de David», inclinándose delante de Él. Pero Él no hace caso. Sí, incluso el Calvario, con toda su amargura, pone a un lado. Getsemani se halla al pie de la colina; también lo olvida. Al mirar la ciudad que Él ama el gran corazón del Hijo de Dios se llena de compasión y exclama a grande voz: «¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas y no quisiste! Amigos míos, miradle llorando sobre Jerusalén. ¡Qué ciudad tan hermosa debía ser! Exaltada hasta los cielos. ¡Oh, si hubiera conocido el día de su visitación y hubiera recibido a su rey en vez de rechazarle, qué bendiciones habrían caído sobre ella! ¡Oh, tú, desgraciado, que te has hecho atrás, contempla al Cordero de Dios, que está llorando sobre ti, clamando que vayas a Él para que recibas cobijo y refugio de la tempestad que va a abatirse sobre la tierra!

 

Mira al pobre Pedro
Mirad lo que hace. Está negando al Señor y jura y perjura que no le conoce. Si alguna vez Jesús ha necesitado simpatía, si alguna vez ha necesitado a los discípulos a su alrededor, era aquella noche, cuando estaban presentando testigos falsos contra Él, tratando de condenarle a muerte, y allí estaba Pedro, el discípulo más destacado, jurando que no conoce a Cristo. Jesús podría haberse vuelto a Pedro y decirle: «Pedro, ¿es cierto que no me conoces? ¿Es verdad que te has olvidado de que curé a tu suegra cuando estaba en trance de muerte? ¿Es verdad que te has olvidado de que te salvé cuando te hundías en el agua? ¿Es verdad, Pedro, que has olvidado lo que viste en el monte de la Transfiguración, cuando se unieron los cielos y la tierra y oíste la voz que hablaba desde las nubes? ¿Es verdad que has olvidado la escena en aquella montaña, cuando tú querías plantar tres tiendas? ¿Es verdad, Pedro, que me has olvidado? Sí, esto es lo que Jesús podría haberle echado en cara al pobre Pedro, pero en vez de esto le da una mirada llena de compasión que partió el corazón de Pedro, el cual, saliendo de allí, fue y lloró amargamente.

 

El perseguidor Saulo
Demos una mirada a este atrevido blasfemo y perseguidor que intenta extirpar la Iglesia primitiva y que está respirando amenazas y matanza cuando Cristo le atajó en el camino de Damasco. Es el mismo Jesús todavía. Escuchad para oír lo que dice: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» ¡Cómo! Podría haberle petrificado con una mirada o con su aliento dejarle sin vida, pero en vez de ello el corazón del Hijo de Dios siente compasión y exclama: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Si hay algún perseguidor aquí esta noche quiero preguntarte: ¿Por qué persigues a Jesús? Él te ama, pecador. Él te ama, perseguidor. No has recibido de El sino bondades y amor. Y Saulo exclamó: «¿Quién eres, Señor?» Y Él le contestó: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón.» Es una cosa dura luchar contra un amigo así, contender contra quien nos ama como nos ama El y el Saulo perseguidor, lleno de soberbia, se prosterna y exclama; «Señor, ¿qué quieres que haga?» Y el Señor se lo dijo y él lo hizo. Quiera el señor tener compasión del infiel, del escéptico, del perseguidor. Déjame que te pregunte, amigo: ¿Hay alguna razón por la que odies a Cristo, por la que tu corazón se haya vuelto contra Él? Recuerdo una historia sobre una maestra de escuela dominical que dijo a sus alumnos que siguieran todos a Jesús y que todos podían ser misioneros y salir a trabajar para los otros. Y un día una de las niñas más pequeñas fue a ella y le preguntó: Le dije a una amiga mía (y le dijo el nombre) que viniera conmigo y me dijo que vendría de buena gana, pero que su padre es un incrédulo.»

 

¿Por qué no amas a Jesús?
Y la niña quería saber lo que era un incrédulo y la maestra se lo explicó. Y un día, cuando la niña iba camino a la escuela, este incrédulo salía de Correos con unas cartas de amor en la mano, y la niñita corrió hacia él y le preguntó: «¿Por qué no ama usted a Jesús?» El hombre tuvo el impulso de apartarla con la mano y seguir su camino, pero la niña insistió: «¿Por qué no ama usted a Jesús?» Si hubiera sido un hombre el que le hubiera hecho la pregunta el incrédulo se habría molestado, pero no sabía qué hacer con una niñita, y ésta, con lágrimas en los OJOS le preguntó otra vez: «ioh, por favor!, dígame, ¿por qué no ama usted a Jesús? » El hombre prosiguió su camino hacia su oficina, pero le daba la impresión de que en cada carta que leía veía escrito: «¿Por qué no ama usted a Jesús?» Intentó escribir,pero obtuvo el mismo resultado; cada carta parecía preguntarle: «¿Por qué no ama usted a Jesús?» Tiró la pluma, desesperado y se marchó de la oficina, pero no podía librarse de la pregunta; se la hacía una vocecita queda dentro y mientras andaba le parecía que el mismo suelo y los mismos cielos le susurraran: «¿Por qué no ama usted a Jesús?» Al fin se fue a su casa y allí le pareció que sus propios hijos le hacían la misma pregunta, por lo que le dijo a su esposa: «Me iré a la cama temprano esta noche», pensando que echándose a dormir la cosa terminaría, pero tan pronto hubo puesto la cabeza sobre la almohada le pareció que ésta le susurraba lo mismo. Se levantó a medianoche y dijo: «Puedo buscar algún punto en que Cristo se contradiga a sí mismo, y lo hallaré y esto demostrará que es un mentiroso.» Bien, el hombre se levantó y empezó a leer el evangelio de Juan y leyó desde las primeras palabras hasta que llegó a «De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su hijo unigénito para que todo aquel que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.» « ¡Qué amor! », pensó, y al fin el corazón del incrédulo se sintió conmovido. No podía encontar razón alguna para no amar a Jesús y arrodillándose oró y antes de que saliera el sol el antiguo incrédulo había entrado en el reino de Dios. Reto a quien sea, en toda la faz de la tierra, a que halle una razón para no amar a Cristo. Es sólo aquí en la tierra que los hombres creen que tienen alguna razón para no hacerlo. En los cielos le conocen y cantan: «Digno es el Cordero que fue inmolado.» Oh, pecador, si le conocieras no procurarías hallar razones para no amarle. Él es «el primero entre diez miles, y grande es su hermosura.» Tengo idea de que muchos dicen aquí: «Me gustaría mucho hacerme cristiano y saber cómo puedo llegar a Él y ser salvo.»

 

Ve a Él como un amigo personal
Desde hace veinte años sigo esta regla: Cristo está siempre tan cerca como pueda estarlo personalmente cualquier otra persona viva, y cuando tengo problemas, tribulaciones, aflicciones, voy a Él con ellas. Cuando necesito consejo voy a Él tal como si estuviera cara a cara, hablando conmigo. Hace veinte años conocí a Dios una noche y Él me tomó en su seno y ahora preferiría renunciar a mi vida esta noche que renunciar a Cristo o dejarle o que Él me dejara a mí y que no tuviera a nadie a quien pudiera llevar mis cargas o mis penas. Él vale para mí más que todo el mundo y esta noche Él tiene compasión de vosotros como tuvo de mí. Yo había estado intentando durante semanas hallar el camino a Él y por fin fui y puse mi carga sobre Él y entonces Él se me reveló y a partir de entonces he tenido en Él un amigo verdadero y afectuoso, el amigo que necesitaba. Ve directamente a Él. No tienes por qué ir a ningún hombre, a esta o aquella Iglesia. «Yo soy el camino, la verdad y la vida.» No hay ningún nombre tan querido por los norteamericanos como el de Abraham Lincoln y en una audiencia como ésta en nuestro país se puede conseguir que las lágrimas desciendan por las mejillas de los presentes con sólo mencionar este nombre: Lincoln es muy querido por los norteamericanos. ¿Queréis saber la razón? Voy a decírosla. Era un hombre compasivo, era amable y conocido por su tierno corazón hacia los oprimidos y los pobres. Nadie iba a él con una historia personal triste sin que él sintiera compasión, no importaba el nivel de la persona en la escala social. Siempre tenía interés en los pobres. Hubo un tiempo en nuestra historia cuando pensamos que Lincoln tenía demasiada compasión. Muchos de nuestros soldados no entendían la disciplina del ejército y muchos no cumplían debidamente las reglas militares. Intentaban hacerlo, pero no lo hacían en realidad. Muchos, como resultado, cometieron delitos graves y se les hicieron consejos de guerra y fueron condenados a ser fusilados, pero Abraham Lincoln siempre los perdonaba y al fin la nación tuvo que levantarse en protesta diciendo que era demasiado misericordioso. Finalmente consiguieron que admitiera que si un soldado pasaba por un consejo de guerra y era condenado tenía que ser fusilado y que no podían concederse indultos.

 

El centinela dormido
Unas pocas semanas después de esto se descubrió a un soldado bisoño durmiendo en su puesto de guardia. Se le hizo pasar por un consejo de guerra y fue condenado a muerte. El muchacho escribió a su madre: «No quiero que creas que no amo a mi patria. La cosa sucedió de este modo: mi compañero estaba enfermo y yo fui a hacer guardia en su lugar, y la noche siguiente, cuando le tocaba a él como todavía seguía enfermo, fui a hacer guardia por él de nuevo y sin querer me quedé dormido. No tenía intención de ser desleal.» Era una carta conmovedora, pero los padres reconocieron que no había posibilidad de hacer nada, porque no habría más indultos. Pero había un niña en aquella casa que sabía que Abraham Lincoln tenía un hijo pequeño y que amaba a este niño; la niña pensó que si Abraham Lincoln supiera lo que sus padres amaban a su hermano nunca permitiría que lo fusilaran, así que tomó el tren para ir a rogar al presidente en favor de su hermano, y cuando llegó a la mansión del presidente apareció la dificultad de tener que pasar el puesto del centinela. Así que le contó esta historia y el centinela, con lágrimas en los ojos, la dejó pasar. Pero la próxima dificultad fue pasar al secretario y a los otros funcionarios. Sin embargo, consiguió llegar finalmente a la sala privada del presidente y allí había senadores y ministros, todos ocupados en asuntos del Estado. El presidente vio a la niña y la llamó y le dijo: «¿Niña, qué quieres?» Y la niña le contó la historia. Las lágrimas se le saltaron de los ojos al presidente. Era padre y su corazón estaba apesadumbrado; no podía resistirlo. Trató a la niña bondadosamente y luego indultó al muchacho, le dio treinta días de permiso y le envió a su casa para que fuera a ver a su madre. Su corazón rebosaba compasión. Y dejadme que os diga, el corazón de Cristo está más lleno de compasión que el de hombre alguno. Vosotros estáis condenados a muerte por vuestros pecados, pero si vais a Él, como Lázaro, os dirá: «Desatadle, dejadle ir.» «Puedes irte, estás libre.» Él va a reprender a Satán y, como Lázaro, vivirás otra vez. Ve a El, como esta niña fue al presidente, y cuéntaselo todo, no omitas nada y Él dirá: «Vete en paz.»

 

El toque de compasión
Quiero preguntar al cristiano antiguo que se ha vuelto atrás: ¿Has sentido alguna vez el toque de la mano de Jesús? Si es así vas a conocerlo otra vez, porque hay amor en él. Se cuenta una historia en relación con nuestra guerra referente a una madre que recibió el informe de que su hijo estaba mortalmente herido. Fue al frente y allí se enteró de que los soldados destacados para cuidar a los enfermos y heridos no tenían mucha experiencia en hacerlo y que ella podría hacerlo mucho mejor. Así que fue al médico y le dijo: «¿Tiene inconveniente en que yo cuide a mi hijo?» Pero él médico le contestó: Ahora está durmiendo y si usted va y le despierta su sorpresa será tan grande que será peligroso para él. Está en estado crítico. Yo le daré la noticia primero de que usted está aquí poco a poco.» «Pero», dijo la madre, «es posible que no se despierte más. Me gustaría mucho verle.» ¡Cuánto deseaba verle! Finalmente el doctor dijo: «Puede verle, pero si le despierta puede morir allí mismo y usted no se lo perdonará.» «Bueno», dijo ella, «no voy a despertarle; basta con que vaya a su camastro y pueda verle». La madre fue a su lado. Sus ojos deseaban ver al hijo y al contemplarle su mano no pudo por menos que ponerse sobre la frente pálida del hijo y allí la mantuvo suavemente. Había amor y simpatía en aquella mano y en el momento que el muchacho la sintió dijo: « ¡Oh, madre, has venido'» Él sabía que había amor en el toque de aquella mano. Y si tú, oh, pecador, dejas que Jesús ponga su mano y toque tu corazón, tu también hallarás que hay amor y simpatía en ella. La oración de mi corazón es que toda alma perdida aquí sea salva y venga a los brazos de nuestro bendito Salvador.

Jesús, mi Salvador, vino a Belén,
nació en un pesebre humilde y sencillo;
¡Qué maravilla, pues vino a buscarme!
Bendito sea su nombre.
Jesús, mi Salvador, fue al Calvario
y allí pagó mi deuda, hizo libre mi alma;
¡Qué maravilla que fuera esto así!
¡Que muriera por mí, por mí!